‘Wet Sand’, o el arte de representar la realidad en la pantalla

Desde la lejana Georgia, Elene Naveriani nos trae esta historia de amor, muerte y odio que retrata algo que, al parecer, persiste en todos los rincones del mundo: la homofobia. Disponible en la programación del Festival de Cine Al Este.

Wet Sand (2021)
Fuente: Cineuropa

Continuamos con nuestras reseñas de las películas del Festival Al Este, y hoy le toca a ‘Wet Sand’ (2021). Estoy segura de que a ti, al igual que a mí, te son familiares esas ciudades pequeñísimas, pueblos donde todos se conocen, donde hasta la más insignificante conversación llega a oídos del más incauto. Esta película toma lugar en una de esas aldeas, compuesta de un reducido cúmulo de casitas a lado del mar y de personas cuyo único entretenimiento es tomar una pinta de cerveza y espiar lo que hace el vecino.

En este contexto, la historia comienza presentándonos el conflicto a los pocos minutos: Eliko, un anciano al que nadie conocía muy bien, ha muerto sorpresivamente. El fallecido no tiene quien le llore porque vivía solo, así que Amnon (dueño de la única cafetería de la zona) se ofrece a organizar el funeral y el entierro. Amnon recuerda que tiene el número de una nieta de Eliko, y decide llamarla. Con la llegada de la joven, poco a poco se va develando el misterioso pasado e identidad de Eliko.

Sería mentir si dijera que esta película no tiene un ritmo pausado que puede resultar tedioso. En mi caso, luché bastante durante la primera hora para mantenerme concentrada, pero poco a poco fui apreciando la belleza de esa serenidad.

'Wet Sand' (2021) - Elene Naveriani

Y es que solo de esa manera se logra captar tan bien la atmósfera de un pueblo playero desolado, tan horriblemente tranquilo que desespera. Una a veces se acostumbra tanto a las películas donde la edición permite que veamos decenas de sucesos en cuestión de minutos, que olvidamos que, en la vida real, las cosas se toman días en madurar y explotar.

La rebeldía y el choque generacional

A partir de la segunda mitad de la película es que comienza la acción. Una de las cosas que más me gustaron fue el cómo la directora dosificó la seguidilla de sucesos importantes para la trama. Nunca se sintió como una avalancha, sino que respetó el ritmo naturalista de todo el filme. Y la escena al final de toda la crisis me encantó, fue un cierre perfecto, y yo lo habría dejado allí, pero ese pequeño epílogo le dio el tono de optimismo que hace falta en las historias LGBTQ+.

En esta película también destaca el minimalismo y la mirada femenina en la dirección de Naveriani. El reflejo de los diversos tipos de amor que vemos en la cinta es sutil y acertado. Las manos, las miradas, la brusquedad y timidez; sobre todo entre los personajes femeninos, es un descanso del histrionismo que vemos en las películas ‘románticas’. Todos amamos de diferente manera, pero es irónico cómo es que en el cine esta variedad no está bien representada. Por eso, películas como esta son necesarias y refrescantes.

La sensibilidad artística de la directora

Wet Sand (2021) - Elene Navierani

Asimismo, la inclusión de las problemáticas propias del país donde se desarrolla la historia es orgánica y clara. El hecho de que una persona como yo, que vive al otro lado del mundo, haya entendido y empatizado con la situación de los personajes georgianos dice mucho de la buena narrativa de la película. Las restricciones que imponen algunas creencias religiosas, la violencia intra-familiar o la discriminación son algo que, lamentablemente, se vive en todas las naciones.

Este filme, de hecho, me recordó mucho a ‘Retablo’ (2017), película peruana con la que comparte varios aspectos de fondo. Ambas son ficciones que recrean una realidad dolorosa que, a pesar de lo mucho que hemos avanzado, aún pervive. Precisamente este mes de junio, el del pride, es un buen momento para reconocer la lucha que aún queda por librar. Por los que amaron en silencio y los que amarán.

 

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